El silencio de la noche by Sherrilyn Kenyon

El silencio de la noche by Sherrilyn Kenyon

autor:Sherrilyn Kenyon [Kenyon, Sherrilyn]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2007-12-31T16:00:00+00:00


8

Céfira alzó la mirada de su escritorio cuando oyó que llamaban a la puerta.

—Pasa, cariño —dijo, porque el sonido le indicó que se trataba de Medea.

Efectivamente, la puerta se abrió y su hija asomó la cabeza.

—¿Molesto?

—No, preciosa. Solo estaba organizando esto un poco.

Medea enarcó una ceja al escucharla. Claro que Céfira no podía culparla. Al fin y al cabo, lo suyo con el orden era desquiciante. Reconocía que era un defecto. Cuando las cosas no salían bien, sentía la compulsión de limpiar todo lo que pudiera.

—¿Cómo está nuestro invitado? —preguntó en un intento por distraer a su hija del escrutinio al que la estaba sometiendo.

—Está echándoles el ojo a un par de sacerdotisas para ver si se las merienda. Ya le he dicho que no están en el menú, aunque crea que puedan resultarle muy sabrosas.

—Bien. No quiero problemas con Artemisa al respecto.

Medea entró y cerró la puerta.

—Todavía lo quieres, ¿verdad?

—¿A quién? —preguntó a su vez, tratando de aligerar la pregunta—. ¿A Davyn? Ni siquiera lo conozco. Lo único que quiero de él es no verlo.

—A mi padre.

Cómo le desagradaba lo directa que era Medea a veces.

—Tampoco lo quiero —le aseguró sin más—. Ni siquiera soporto su presencia.

—Pero te alegras cada vez que te mira.

—No seas ridícula —protestó mientras tiraba un fajo de papeles a la papelera.

Medea la detuvo mientras se acercaba de nuevo al escritorio.

—Te conozco, matera. Siempre eres calculadora y fría. Llevo siglos preocupada por la posibilidad de que haya sido mi estupidez el motivo de que algo dentro de ti haya muerto.

Céfira miró ceñuda a su hija.

—¿Qué estupidez?

—Vivir con los humanos. Ser tan tonta para creer que mientras no les hiciéramos daño nos dejarían en paz. Todavía recuerdo lo que me dijiste unas semanas antes de que nos atacaran: «No puedes domesticar a un lobo y esperar que se tumbe frente al fuego tranquilamente. Tarde o temprano, la naturaleza de la bestia sale a la luz y hace lo que le dicta el instinto: matar». En aquel momento pensé que te referías a nosotros, pero me equivoqué. Y después de que nos atacaran, después de que estuvieras a punto de morir por salvarme, algo murió en tu interior. La compasión por los demás. La capacidad de demostrar piedad.

Era cierto. Su fe en el mundo, la confianza que pudiera sentir en la llamada «humanidad», murió con su nieto.

«¡Matad al monstruo! ¡Arrancadle el corazón antes de que nos mate!»

Era un niño de cinco años, no un monstruo. Solo un niño que llamaba a gritos a sus padres suplicando ayuda. A su abuela para que detuviera a los que le estaban haciendo daño. Hizo todo lo posible para protegerlos, pero por desgracia no fue suficiente. Al final, se lo llevaron a rastras y lo mataron a golpes.

Al hijo de su hija.

Ella también murió aquella noche, porque desde entonces había un triste y hondo vacío en el lugar que ocupaba su corazón.

—La vida es dura —dijo con una serenidad que en realidad no sentía.

Una verdad que ya sabía mucho antes de que todo aquello sucediera.



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